se. Solís, adormecido por el calor, sentía un sueño invencible que le cerraba los párpados. Entró en la pieza y se arrojó sobre la cama. Quedó al instante profundamente dormido.
Se despertó al cabo de un largo rato. No se oía ningún ruido en la casa, ni en la calle. ¿Qué hora sería? Hubiera querido levantarse, ¡pero la siesta era tan pesada, se sentía tan amodorrado! Paseaba sus ojos, que se abrían a medias, sobre los objetos del cuarto, y le parecía que ellos también dormitaban. Volvió a su sueño.
Eran casi las cinco cuando le despertaron los gritos de doña Críspula llamando a "las chinas". Debía haber visitas, pues eran varias las voces de mujeres que se oían. Solís se arregló con calma, descansadamente; luego se sentó en la silla de hamaca, mirando a la calle, frente a la ventana de rejas. Las voces no tardaron en desaparecer; tres muchachas pasaron bajo su- ventana mirándole curiosamente. Al cabo de un rato, como se aburría sobremanera, salió a caminar por las calles. Era cerca de las siete. Pidió las señas de la plaza a Candelaria, que estaba en la puerta con otras sirvientas, y echó a andar en la dirección que le indicaron.
La ciudad parecía de una dulce tristeza, a pesar del color que ponían los naranjos y las tejas sobre el fondo gris de la montaña. Por las calles no andaba sino una que otra persona. En algunas puertas, las sirvientas, endomingadas, miraban como atónitas a los transeúntes. De cuando en cuando pasaba algún carruaje, lentamente, como con desgano, saltando sobre el ruin empedrado. Sus ecos se perdían en la soledad de las calles. Los pasajeros eran hombres casi exclusivamente; por excepción se veía algún carruaje con muchachas, todas en cabeza. Y hombres o mujeres iban serios, graves, silenciosos. En uno que otro balcón se apoyaba indiferente alguna muchacha morena, de ojos profundos. Al pasar Solís, le miraban asombradas y seguían con los ojos sus pasos hasta que se alejaba. Las casas alternaban con ruinosos paredones de adobe, restos de la antigua ciudad destruida por los temblores de tierra. Las, acequias, como salmodiando