se movían pesadamente algunas figuras. Hacía un fuer- te calor. Se adivinaba, en las veredas, plácidas reuniones familiares. Pasaban hombres con el chaleco desprendido, abanicándose con el sombrero de paja. La luna plateaba un trozo de la iglesia en construcción y daba a las calles una blancura de papel. Don Nume sacó varias sillas y se sentó en una. Luego tomó el palillo de dientes que llevaba detrás de la oreja y comenzó a escarbarse. Así esperaba siempre a sus tertulianos.
Antes que. todos, inexorablemente, llegaba el Director. En toda La Rioja no se empleaba otra palabra para designar al profesor Ambrosio Albarenque, "reputado pedagogo" que llevaba cuatro años en la dirección de la escuela normal de maestras. Era de mediana estatura, flaco, huesoso. Tenía el rostro chupado, lleno de puntas y de color amarillento. Caminaba con los pies abiertos en ángulo obtuso y tenía un andar ceremonioso, pisando primero con los talones. Padecía de una tenaz dispepsia flatulenta. Acosábanle los gases, y su cara, sin duda por esto, exhibía cierta expresión de recogimiento: pensaba en ellos. A causa de esta enfermedad y de los catarros intestinales, usaba sobretodo tanto en invierno como en verano. Tenía modales distinguidos. En todas las cosas de su vida era extremadamente ordenado, grave, solemne. Pasaba su existencia preocupado con los métodos de enseñanza; su afán de minucias y formalidades era una enfermedad. Sus enemigos aseguraban que vivía con arreglo a sistemas pedagógicos. Hombre pulquérrimo, jamás se le oyó un terno ni una palabra de sentido dudoso. Cuando algún audaz contaba en su presencia cuentos verdes, él, si no encontraba pretexto justificado para retirarse, fingía no oír. No decía lavativa sino enema, y juzgaba una grosería que se hablase de enfermedades del estómago, del intestino y de otras, refiriéndose pormenores.
Como todo perfecto pedagogo, el Director era anticlerical y positivista. Declaraba su indiferencia hacia todas las religiones, pero en el fondo tenia un odio secreto, subterráneo, a la Iglesia católica Su positivismo había pa-