abogados sin pleitos, esos médicos sin enfermos, que tomaban las cátedras como vulgares empleos. Carecían de preparación pedagógica, de espíritu profesional; no querían estudiar la metodología sin lo cual era imposible llegar a ser un buen maestro. ¡Ah, si él pudiera! Y explicó a don Nume su ideal Puna escuela independiente, con maestros elegidos a su gusto, formados por él mismo, una escuela donde su autoridad estuviera robustecida y sostenida por los superiores; una escuela científica, donde se aplicaran las últimas conquistas de la pedagogía, que fuese un crisol donde se ensayaran los nuevos métodos y una pepiniera de hombres libres...
— ¿El qué? — preguntó don Nume.
— Una pepiniera de hombres libres, una pepiniera...
— Ah, sí, sí — exclamó el boticario, como si hubiera entendido.
Quedaron en silencio.
Don Nume refirió luego, con cierto misterio, que había llegado el nuevo maestro, un joven Solís. Parecía un "mozo bien": decente, estudioso, intelectual.
— Será como todos, — susurró débilmente el Director incomodado por el flato.
El ya no esperaba nada de estas generaciones degradadas, insolentes, que estaban surgiendo. Y el Ministerio, en lugar de nombrar a las personas que él proponía, le enviaba esos mequetrefes que no servían para nada. ¡Así andaban las cosas! ¡Ah los hombres de Buenos Aires! Mistificación y mistificación.
Y decía estas palabras con sonrisa desdeñosa, torciendo la boca.
En este instante aparecieron Pérez y Solís.
Pérez saludó con afabilidad exagerada y presentó a su amigo haciendo de él grandes elogios. Solís se puso a las órdenes del Director. El no ejercía desde hacia algunos años, mas esperaba llegar, con buena voluntad, a ser un maestro discreto. Iba a seguir hablando, pero el Director le interrumpió.
—Dejemos estas cosas para tratarlas mañana en la