Página:La maestra normal.djvu/40

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

me, inquieto, le había seguido con la mirada. No le gustaban tales familiaridades, pero no dijo una palabra.

De pronto, la figura enorme de don Nilamón Arroyo tapó la puerta de la botica. El doctor Arroyo, mejor médico de La Rioja, era uno de los tertulianos habituales de don Nume; raras veces faltaba. Era corpulento y barrigón. Tenía la cabeza en punta, pies y manos monumentales, el cabello escaso y gris, los ojos pequeños y movedizos. El bigote se le caía, no usaba barba y parecía poco propenso a afeitarse. Su ropa estaba siempre llena de caspa y de manchas. Fumaba en pipa. Sus maneras eran desprovistas de afectación, muy "a la que te criaste". Vivía solo, en un caserón frente a la plaza. Había perdido a sus dos hijos y, recientemente, a su mujer. Esta desgracia le abatió mucho, pero él la soportó con resignación. En la escuela era el más querido de los profesores y uno de los más dedicados a sus cátedras. Enseñaba las ciencias naturales. Fué el único que lograra resistir las imposiciones del Director, quien, como le temía, sobre todo a causa de su espíritu burlón, no se atrevió a ejercer con él sus procedimientos habituales. Hombre virtuoso, hasta el punto de no haber dado jamás el menor motivo a la murmuración, era, sin embargo, muy tolerante para con los defectos ajenos. Católico, cumplía sin ostentaciones los deberes de la religión. Su único defecto era el ser mal hablado. Empedraba su conversación de palabras feas. Cada terno que echaba en las reuniones de la botica tenía un eco de malestar en la metódica pudibundez del Director. También era exagerado y algo mentiroso. A él todo le había ocurrido y se aplicaba a sí mismo los cuentos que narraba.

— ¡Hola amigazo! — exclamó el recién venido sacudiendo la mano del Director. — ;Y cuándo llegó? Yo no sabía nada.

Pérez presentó a su amigo sin cesar de tartamudear.

El médico sacó una silla a la vereda y, desprendiéndose el chaleco y bufando de calor, se repantigó. Se limpió el sudor de la calva con su enorme pañuelo, resopló va-