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LA MAESTRA NORMAL . 39

reputación de persona inisteriosa. Le incomodaba que le tuviesen por servicial y generoso. Y así, contestó a Pérez refunfuñando:

—¿Que me gusta hacer servicios? ¡Una polaina! ¡Qué sonsera!

En esto Pérez, mirando a un individuo que atravesaba la calle en dirección a la botica, exclamó:

—¡Miren quien viene!

— Salud, amigo Palmarín — dijo don Nilamón.

Palmarín fué presentado a Solís. Era un muchacho como de veintisiete años, flaco, largo, lleno de granos, con la boca de oreja a oreja. Vestía un traje de brin blanco que debía ser eterno por lo encogido. Los pantalones le quedaban "por media pierna" y el saco no le cubría bien lo que todo saco decente debe cubrir. Iba acollarado por un cuello monumental; llevaba una larga y policroma corbatita y el sombrero en la nuca. Caminaba cómo si fuera pisando huevos, levantando los pies apenas tocaban el suelo. Tenía aspecto de caricatura y pasaba por el bromista del pueblo. Al llegar el día de los Inocentes todo el mundo temblaba. ¿Qué inventará Palmarín? Su broma preferida consistía en pedir, con cualquier pretexto justificable, cinco pesos. prestados, y cuando se lo daban, decía: "la inocencia, te valga", reía con su bocaza de tal modo que por poco se le veía hasta el estómago, y se quedaba muy fresco y con los cinco pesos. Pero sus bromas no se limitaban al día de Inocentes. Una vez, cuando en la botica inventaron o introdujeron — nunca se pudo esto saber — las galletitas purgantes, Palmarín, el único que estaba encerado, compró cierta cantidad y se fué con ella a la confitería. Dijo que las había traído de Buenos Aires su cuñado, quien había llegado esa mañana; él las llevaba a la confitería para recomendármelas al patrón. Eran muy ricas, estaban de moda en Buenos Aires. Todos se atracaron de galletitas. Y se dice que esa tarde, con gran asombro de sus directores!. hubo de agotarse la edición de El Constitucional. Palmarín era profesor de francés en el colegio. Cuando le nombraron, sabía tanto de francés, según las malas len-