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40 MANUEL GÁI.VI:!:

guas, como de sánscrito. Los muchachos le hacían preguntas comprometedoras; pero él jamás perdió el ánimo. Para todo tenía respuesta; resolvía las dudas ortográficas preguntando a toda la clase y poniéndose de parte de la mayoría. No gastaba en cigarrillos; los pedía, insensible a las sonrisas de los circunstantes, diciendo que los olvidó en su casa, en el otro saco.

— ¿Ha visto, señor Director — preguntó con sorna Palmarín — lo que dice El Constitucional de esta tarde?

—No leo papeluchos ni pasquines — contestó el Director con sequedad y firmeza y apretándose el hígado con una mano, pues esa noche le incomodaban los gases.

Palmarín era uno de los más temibles enemigos del Director. Le combatía con saña, con refinamiento. Palmarín no tenía motivo personal para odiarle, pero sucedía que entre el colegio y la escuela existía una vieja rivalidad, que el Director había contribuido a aumentar. Palmarín le detestaba en nombre del colegio, en nombre de la ciencia libre, "de la alta cultura", pues la escuela, según él, era la encarnación de la ciencia dogmatizada y pedagogizada. El Director, a su vez, sentía repugnancia por un establecimiento donde los métodos no se tenían en cuenta. Además, el colegio era, según el Director, "un antro de inmoralidad, una podre". Los muchachos del colegio conocían todas las corrupciones. Iban a la confitería, jugaban al billar, andaban siempre detrás de las muchachitas y algunos hasta solían ir a ciertos ranchos. Se estacionaban insolentemente, sin respeto a la autoridad del Director, en la esquina de la escuela para ver pasar a las niñas. "Ligaban" con ellas y trataban de seducir a las más humildes. Pues las autoridades del colegio, indiferentes, ni intervenían para cortar tales escándalos ni le dejaban a él intervenir. Palmarín se complacía en soltar pullas contra la escuela. Era el único hombre en la ciudad que carecía de todo respeto hacia el Director. En su presencia contaba cuentos verdes, que don Nilamón aplaudía; relataba las diabluras de los alumnos del colegio, lo que exasperaba al Director; y hasta se permitía de vez en cuando hacerle víctima de sus bromitas.