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tales enormidades que son mengua y desdoro de la cultura de este pueblo? Las autoridades del establecimiento nada hacen para detener el mal y viven absortas en sus métodos y pedagogías. En cuanto a la oligarquía que nos gobierna, ya sabe el pobre pueblo que nada puede esperar de ella. Es preciso que el Ministerio nacional ordene una prolija investigación. Parodiando al poeta, diremos que algo huele a podrido en Catamarca".

—¡Qué bagual! — exclamó don Nilamón riendo a carcajadas y dando patadas en el suelo. — ¿En Catamarca, dice, che?

— Así dice— contestó Palmarín como si tal cosa, después de cerciorarse en el periódico.

— Pero, ¿y por qué en Catamarca? — preguntó Solís.

— Yo creo que es una alusión al Director que es catamarqueño.

— ¡Claro, hombre, qué más iba a ser! — decía don Nilamón, riendo con todas sus ganas.

— Muy bueno, muy bueno — tartamudeaba Pérez mientras el Director le fulminaba con los ojos.

La lectura había producido e] efecto que Palmarín deseara. Don Ntime, consternado, no pensaba sino en utilizar su prudencia y su seso a fin de impedir todo acaloramiento intempestivo. El Director, por primera vez en ese verano, sudaba a mares. De buena gana hubiera abofeteado a Palmarín, pero pensaba que, felizmente, había pasado la edad de la barbarie, los tiempos metafisicos de violencias y supersticiones. Se hamacaba en su silla con señoril calma, mientras los gases se le multiplicaban por el disgusto. Miraba a sus contertulios con desprecio, incluso a Solís cuyas sonrisas había ya notado.

—Y... ¿de qué se trata, señor Director? —preguntó Palmarín con la mayor naturalidad.

El Director lo miró indignado. Tenía deseos de levantarse, de hacerse el desentendido, de insultar a Palmarín. Prefirió contestar, pensando que, aunque fuese a costa de su salud, no vendría mal poner los puntos sobre las íes. Y con la voz aflautada por la ira, levantando el dedo, profirió solemnemente: