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—Debo advertir a ese joven que el Director de la Escuela normal de maestras, profesor Ambrosio Albarenque, no necesita las indicaciones de los periódicos para cumplir con su deber.

Palmarín explicó. El no dudaba de la diligencia del Director en los. asuntos de disciplina y moralidad.. Había oído decir cosas atroces, que él no creía, ¡qué esperanza! Y si deseaba saber la verdad, la entera verdad, era para refutar a los maliciosos. Se consideraba amigo del Director, vivía como él consagrado a los afanes de la enseñanza y no quería que circulasen falsas noticias sobre un establecimiento de educación. Era cuestión de patriotismo.

—Ustedes saben que los diarios cambian a veces las cosas...

—¿Y qué has oído? — preguntó don Nilamón.

— Les contaré... — dijo tomando una silla y sentándose.

Decían que una celadora había patrocinado las relaciones ilícitas de un profesor y una alumna de cuarto año; que varias alumnas se hallaban en cinta y asistían a la escuela "exhibiendo el fruto pecaminoso"; que más de una niña acudía por las noches a verdaderas orgías que se celebraban en los ranchos....

El Director pidió la palabra.

— Todo cuanto se acaba de decir es un tejido, una red de mistificaciones y de inexactitudes. Me explicaré. Pero procedamos con método.

Hablaba con parsimonia y firmeza. Pero estaba nervioso. Las acusaciones se referían a hechos ciertos, aunque modificados por los calumniadores. Tenía la razón de su parte y previendo su triunfo dejaba asomar a veces una sonrisa. Su frase salía correcta, pulcra, lenta, Accionaba discretamente con el brazo derecho y formaba un cero con el índice y el pulgar.

— Sí, señores; vuelvo a repetir que nada de ello es exacto.

La celadora a que sin duda se refería el suelto era una mujer excelente, una persona casi ejemplar. Mujer