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ción, como don Eulalio, sino por abandono. Hablaba con una pachorra que le había hecho célebre. A su lado los riojanos más cachazudos en el hablar parecían hacerlo como un relámpago.

A la pregunta de los tertulianos contestó misteriosamente, mirando primero hacia la plaza y la vereda y metiendo el cuerpo dentro de la botica:

— Parece que la cosa se pone fea.

Don Molina no daba sus noticias así no más. Se complacía en largarlas "de a poquito". Era para hacerlas desear y para que las saboreasen. Suponía que todos se interesaban tanto como él en las novedades políticas.

— ¡Este Sofanor siempre el mismo! — decía don Nilamón. Era preciso que revelara claramente lo que sucedía, sin rodeos. Pero don Molina no quiso decir una palabra más. Ya había hablado demasiado. Mañana sabrían los detalles.

A los tertulianos de don Nume poco les interesaba la política, salvo a Palmarín, quien, si los constitucionales "pescaban" el gobierno, conseguiría otra cátedra.

— De lo que caiga — decía. — Soy capaz de aceptar la de inglés o la de trabajo manual.

Al Director le interesaba indirectamente la política. Los constitucionales le hacían una guerra a muerte desde el periódico. Era probable que el triunfo de éstos le creara una situación difícil. Rumiaba sus pensamientos, cuando don Eulalio, a quien su mujer le retaba si llegaba tarde, recordó que eran "ya" las diez y media.

Todos se levantaron y despidieron. El Director saludó con la cabeza ceremoniosamente y se alejó.

El boticario, bostezando y desperezándose, salió a la vereda. La luna estaba blanca y enorme. Todas las puertas se hallaban cerradas y no se veía una sola luz. Corría un vientecito fresco. Don Nume bostezó de nuevo a la luna. Miró con satisfacción la botica, su casa, donde dormían su mujer y sus tres hijas, y se sintió feliz. Bah, no valía la pena de tener quebraderos de cabeza, discutir tanto sobre si esto o lo otro. Llamó a Nazareno, el empleado de la farmacia, para que cerrara todo. Y se fué a su cama, donde su consorte le pondría el beso de las buenas noches en el matorral de su peludo rostro.