Página:La maestra normal.djvu/59

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

56 manue:l gáIvV^z

casa, y el sol, brillante e intenso, exageraba la luminosidad del ambiente.

Doña Críspula, que pasaba de cuanldo en cuando cerca de él, no dejaba jamás de decirle algo.

—Así me gusta verlo, tan aplicadito. ¡Ja, ja, ja!

Antes de almorzar charlaba con sus convecinos, sobre todo con Pérez. Solía jugar una breve partida de truco. A veces tocaba la guitarra. Y entonces, por asociación de ideas, recordaba las horas perdidas en Buenos Aires en aquel cuartito cerca del Once, con aquella muchacha provocativa y ardiente que le tuvo tan dominado.

Durante el almuerzo eran siempre las mismas conversaciones. Pero no le aburrían. Por el contrario, sentía una satisfacción inexplicable en oirías. Le parecía que, por su trivialidad, aquietaban su espíritu.

Después de almorzar dormía la siesta; una siesta realmente deliciosa, en la frescura de su cuarto. Afuera, mientras tanto, el sol abrasaba; se oía el cantar perezoso de las chicharras y el ruidito adormecedor del agua corriendo lentamente por las acequias de la calle. No se oían otros rumores; cuando callaban las chicharras y el agua de la acequia se dormía, parecía sentirse el silencio. Diríase que la ciudad entera se aletargaba, muellemente, en el blando sopor de aquellas horas.

Todas las tardes Pérez iba a buscarle.

—¡Pero amigo, a estas horas en la cama! — le decía tartamudeando. — Vístase para que salgamos a pasear.

Y mientras Solís se vestía, los dos conversaban. Se habían hecho muy amigos. Solís encontraba a Pérez sumamente simpático, con su cara afeitada y larga, su nariz judaica y algo torcida, su pelo echado hacia atrás, su espalda cuadrada, sus modales distinguidos, su tartamudeo gracioso. Era un buen muchacho, Pérez. Animoso, alegre, "muy camarada". Su conversación resultaba especialmente interesante para Solís, cuando criticaba a las gentes y las cosas del pueblo. Poseía el don de hallarles el aspecto ridículo y de satirizarlo con gracia.

Muchas veces hablaban de la casa en que vivían. Solís le hacía mil preguntas sobre doña Críspula y Rosario.