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LA MAESTRA NORMAL 57


Doña Críspula era extremadamente bondadosa. La pobre tenía, eso sí, algunas ridiculeces; un candor, una ingenuidad enternecedoras. Pero una santa, un pan. Y sobre todo ¡qué genio tan alegre! Por cualquier cosa que él decía, ella se reía una hora, a carcajadas, con una risa contagiosa que propagaba buen humor. A él lo quería como a un hijo. Cuando estuvo enfermo de difteria, no se apartó de su lado. Pasó en vela varias noches, junto a su cama.

—¿Y Rosario?

—No me es muy simpática — contestaba Pérez.

Era orgullosa, reservada. No se daba con nadie. A su madre solía decirle cosas un poco chocantes. Le molestaban las excesivas familiaridades de doña Críspula y, por ellas, le ponía mala cara; eso, cuando no la reprendía delante de todo el mundo. Era una maestrita, llena de puntos y comas. Pero no mala. A Galiani le odiaba, y con razón, sobre todo desde que festejaba a doña Críspula.

—¿A doña Críspula? Pero ¿habla en serio, amigo Pérez?

—Como lo oye — contestaba Pérez paseándose por el cuarto con las manos en los bolsillos.

En realidad no podía afirmarse que la festejara. El chisme había partido de las Gancedo. Estas almas de Dios desparramaron por todo el pueblo que Galiani quería casarse con doña Críspula, y la buena señora llegó a creerlo.

— Y dígame, Pérez: ese Galiani, ¿qué tal?

—Un far... far... sante.

—¡Qué aspecto desagradable!

—De ru... ru... rufián clá... clásico.

—¡La verdad ! ¿Y es hombre rico?

—¡ Psh va . . . vaya a saber! — contestó el músico desconsoladamente.

En cuanto Solís estaba vestido, iban a la plaza. Allí conversaban largamente. Las cosas intelectuales, el arte, la literatura, eran los temas preferidos. A veces se les unía algún conocido en trance de aburrimiento; pero ellos