Página:La maestra normal.djvu/90

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pues, enteramente sola y se aburría. Desde Abril hasta Diciembre, todos los años, ¡qué existencia desesperada! No sabia qué hacer. Pasábase largas horas tocando la guitarra y cantando. A veces sumíase en absurdas imaginaciones. Era reina y se prendaba locamente de un paje jovencito que tenía los cabellos rubios y los ojos celestes. Casábase con un general, joven y buen mozo, que moría en el campo de la guerra llamándola agonizante: ¡mí es- posa, mi universo! Entraba de monja y se veía con su toca blanquísima andar por los claustros silenciosamente, cantar en el coro al son de un órgano solemne y morir en su lecho como una santa, Santa Raselda de La Rioja. La mayor parte de las veces eran casamientos espléndidos: con un marqués español, o un millonario de Buenos Aires que la llevaba a pasear por todo el mundo. ¡Soñaba con los viajes! Deseaba conocer los países de las novelas, abandonarse sobre los cojines de una góndola veneciana, romantizar junto a los lagos de Escocia, ir a Sevilla, ver al Papa. ¡Ah, si ella pudiera! Y mientras tanto se contentaba con pasar unos meses en Buenos Aires, con vivir en La Rioja. La capital de la provincia representaba para ella el único ensueño realizable. Allí pensaba encontrar al hombre señalado por Dios para ser su esposo, su poético esposo, al que amaría locamente, al que amaba ya. Se creía designada por Dios para una irreductible vocación de amar. Sólo que su aislamiento en Nonogasta retardó ese florecer de su destino. Allí, en efecto, no había ningún joven, nadie que pudiera amarla, con quien le fuera dado realizar el designio providencial: su matrimonio de ensueño, de pasiones novelescas, de perenne felicidad. Y por natural asociación de ideas, en sus visiones de La Rioja sólo había una calle, ella en un balcón y una interminable procesión de jóvenes que pasaban por verla.

En los veranos todo cambiaba. Venían al pueblo bastantes familias, muchachas, jóvenes alegres. Se daban tertulias, paseos, cabalgatas. Ella cayó en gracia, y como, además, tocaba la guitarra y cantaba, su presencia se hacía indispensable en las reuniones. ¡Iban olvidando su historia! Pero al llegar Abril no quedada ya nadie en Nonogasta, y