Página:La masacre de la escuela Santa María de Iquique.djvu/27

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asume la responsabilidad como autor; y si no ha puesto remedio a un mal que no ordenó, asume la responsabilidad política”.[1]

Contrastan las versiones sobre las condiciones de vida de los obreros salitreros en la editorial de El Diario Ilustrado:

“La violencia de los movimientos populares de la región salitrera es efecto de la desolada naturaleza y de la misérrima vida que llevan los trabajadores. Allí se concibe ese suicidio brutal, en que algún infeliz muerde un cartucho de dinamita, prende fuego a la mecha y espera impasible y estoico el estallido que esparcirá sus miembros palpitantes sobre la costra removida de la desierta pampa. En la oficina salitrera, la administración se levanta casi suntuosa, cerrada al exterior con rejas de fierro y batientes blindadas; allí está la abundancia y la frescura del ambiente. Cerca se halla la población de trabajadores: una calleja sucia formada por dos hiladas de cuartos de muralla de costra (corteza dura del suelo salitroso) y techo de fierro galvanizado. El calor en el día es insoportable; en la noche la camanchaca produce un descenso considerable de la temperatura, que los débiles techos y muros dejan pasar. Tratándose de habitaciones que son las únicas, de residencia forzosa, creemos que el Gobierno está obligado, en defensa de la salud y vida del trabajador, a fijar un modelo de construcción y una extensión mínima y cerrada para cada familia”. [2]

y en la de El Mercurio:

“Las condiciones en que se desarrolla el trabajo en las faenas salitreras, colocan al obrero en situación ventajosa respecto de las demás labores de la explotación agrícola o industrial del resto del país. En general puede decirse que la remuneración del trabajador es allí amplia y que ningún gremio recibe mayores compensaciones y tiene más facilidades para la vida y más oportunidad para el ahorro, que el de los peones y jornaleros empleados en la extracción y beneficio del nitrato. El jornal alto, la habitación gratuita, la pulpería a precios equitativos, la alimentación abundante y relativamente más baja que en el sur, compensan sobradamente el esfuerzo del hombre y los rigores del clima y las arideces del territorio (...) . La detención del trabajo en las salitreras perjudica, más que a los capitalistas, a los huelguistas mismos, pero beneficia a los agitadores. Y como lo hemos dicho, no hay causa visible que justifique los acontecimientos (...). A pesar del carácter pacífico de este movimiento, y de la conducta mesurada de los huelguistas, los antecedentes expuestos nos inducen a mirar lo que ocurre en Iquique como hechos de excepcional gravedad. La lección puede, no obstante, ser oportuna para que se prevenga su repetición, antes de que las raíces de esta escabrosa cuestión social sean más profundas...”[3]

Por su parte, en la Cámara, el ministro Sotomayor finalmente tomó la palabra, luego de varios días, para hacer sus descargos y en una

  1. Sesión del 30 de diciembre de 1907, Boletín Cámara de Diputados, p.729.
  2. El Diario Ilustrado, 28 de diciembre 1907.
  3. El Mercurio, 20 de diciembre 1907.''