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la clase dirigente, sobre todo de la figura del parlamentario, incapaz de representar los intereses de la gran masa trabajadora chilena. Debemos tener por certera la reflexión de Bernardo Subercaseaux respecto a que “la modernización de la burocracia estatal y de la administración pública, no significó... una ampliación de la vida política, ni la participación en ella de los nuevos sectores sociales... De allí que el fin de siglo (XIX) fue precisamente el momento en que se puso en evidencia, por primera vez, la crisis de participación política de los sectores medios y populares”[1]. Situación que se ve reforzada por el hecho de que el Congreso, como plantea Cristián Gazmuri, contenía posiciones doctrinarias homogéneas ya que sus miembros representaban fundamentalmente a un solo sector de la sociedad: la oligarquía[2].

Esta situación de control oligárquico del parlamento, junto al creciente poder de la institución, llevó a la conformación de un Congreso Nacional alejado de los propios votantes a quienes se debía. Como plantea Fernando Pinto, el parlamentarismo “había convertido a los senadores y diputados en una casta especial que, en vez de representar a la ciudadanía, encarnaba a menudo intereses económicos de grupos privilegiados. La situación era gravísima ya que, casi siempre eran los propios parlamentarios los que desempeñaban los cargos ministeriales”. [3]

Por otra parte, en cuanto al trabajo en las salitreras existía un evidente desfase entre la calidad de las leyes laborales y las ganancias obtenidas de la producción. Mientras los obreros eran asalariados a través de fichas, los empresarios lograban importantes niveles de acumulación producto del auge del precio del salitre en el mercado internacional. Aquello significaba que los salitreros participaban de un mercado cada vez más moderno, pero las relaciones que establecían con sus trabajadores correspondían a un paradigma y visión del mundo ya arcaicas para la época. Entre la relación del empresario y los trabajadores es donde cabía la actuación del Estado para regular las condiciones de explotación, pero fue precisamente ahí donde la ausencia de legislación permitió la agudización de las contradicciones entre el capital y el trabajo. Recién en 1919, a 12 años de la Matanza de la Escuela de Santa María, se presentaría el primer proyecto de Ley del Trabajo desde las filas del Partido Conservador y sólo verá la luz un documento sobre la materia en 1924, cuando el Congreso ya no tenía tanto poder.

Esta situación de explotación de los trabajadores trajo consigo el agravamiento de la “cuestión social”, que entenderemos aquí en términos de James Morris como “todas las consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y urbanización nacientes: una nueva fuerza de trabajo dependiente del sistema de salarios, la aparición de problemas cada vez más complejos, pertenecientes a vivienda obrera, atención médica y salubridad; la constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de la nueva “clase trabajadora”; huelgas y demostraciones callejeras,

  1. Subercaseaux, Bernardo citado por: Pinto, Julio: “¿Cuestión social o cuestión política?”, en: Revista Historia del Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Vol. 30 (1997), p. 213.
  2. Gazmuri, Cristián: “Alberto Edwards y la fronda aristocrática”, en: Revista Historia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, N'37 (enero-junio 2004), pp.61-95.
  3. Pinto Larragirre, Fernando, citado por: González Miranda, Sergio: “Hombres y mujeres de la pampa”, LOM Ediciones, Santiago 2002 p.68.