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tal vez choques armados entre trabajadores y la policía o los militaras y cierta popularidad de las ideas extremistas con una consiguiente influencia sobre los dirigentes de los trabajadores”[1]. Esta visión integra en la cuestión social sus causas (industrialización, urbanización, etc.) como también sus consecuencias más visibles (la desigualdad, la acumulación, organización obrera, deslegitimación de la autoridad). La cuestión social necesitaba de la intervención de los diversos actores, entre ellos evidentemente la del parlamento, sin embargo, los obreros irán, de manera cada vez más acelerada, desprendiéndose de la idea de que esta institución de la República les favorecería en la lucha por concretizar sus demandas.

Los primeros años del siglo XX trajeron un desarrollo del debate sobre la cuestión social entre dos actores que no se reconocen como parte de un todo, los políticos por un lado y los trabajadores por otro. Esta relación se verá polarizada por la confluencia de dos factores relevantes: las crisis económicas cíclicas de finales de siglo XIX y comienzos de siglo XX, como fueron las de 1897 y 1907; y la internacionalización de las salitreras que pasaban rápidamente a manos de empresarios británicos y alemanes, luego que el Estado se desprendiera de extensos territorios ricos en el mineral[2]. La idea de que era necesaria, a toda costa, la inversión en territorios ricos en minerales, pero en conflicto con países vecinos, forjó un lazo de protección entre la oligarquía y los empresarios, que en realidad era muchas veces un vínculo empresarial de los propios congresistas y sus inversiones en la zona.

Esta defensa de los derechos de los empresarios salitreros, se refuerza entre otras cosas en la construcción simbólica que se hace del obrero, caracterizado de acuerdo a los ideales que la clase dominante esperaba resaltar. Así, quienes promovían ideas socialistas o anarquistas eran vistos como figuras peligrosas que sacaban al trabajador común de su “esencia irreflexiva”, incapaz de decidir sobre su propio destino, trabajador, sumiso, parte innegable de la nación chilena en construcción. El Heraldo de Valparaíso, diario liberal, a dos días de la masacre de la Escuela Santa María, publicaba con frialdad: “Conviene, pues, que los obreros, ante el resultado que ha tenido la huelga de Iquique, mediten un poco con tranquilidad, i sacudan la influencia de los ajitadores de oficio, cuyas prédicas les paralogizan.” [3] El Diario Ilustrado, de raíz conservadora, planteaba en enero de 1908: “¿Quiénes son los responsables de esta hecatombe? No otros que esos agitadores que arrastran al pueblo, de suyo dócil y poco reflexivo”. [4]

Frente al creciente debate sobre la cuestión social, el historiador Gonzalo Vial plantea que ésta no halló “remedio legislativo”, sino por el contrario, lo que encontró fue una respuesta represiva que vino a quebrantar definitivamente una ya muy mermada idea de unidad nacional [5]. Otro historiador, Fernando Ortiz Letelier, hace

  1. Morris, James: “Las élites, los intelectuales y el consenso. Estudio de la cuestión social y el sistema de relaciones industriales en Chile”, Editorial del Pacífico, Santiago 1967, p.79.
  2. Barría, Jorge: “El Movimiento Obrero en Chile”, Editorial Trígono, Santiago 1971, p.16.
  3. El Heraldo, lunes 23 de diciembre 1907.
  4. El Diario Ilustrado, 6 de enero 1908.
  5. Pinto, Julio. op. cit., p. 214.