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servicios a la población asentada en el Norte Grande, y
  1. mano de obra de trabajadores de los países vecinos (peruanos, bolivianos y argentinos), como de ultramar, como fue el caso de los chinos (Ortiz Letelier, 2007).
    “En las provincias nortinas de Tarapacá y Antofagasta, se produjo una activa e importante concentración proletaria; mientras en 1880 allí había nada más que 2.848 operarios enrolados en la producción del salitre, en 1.890 esa cifra alcanzó a 13.060, es decir, en diez años hubo un aumento del 3% aproximadamente. Agréguese a estas cifras las correspondientes a los obreros que trabajaban en los ferrocarriles, en las maestranzas y fundiciones, en los puertos y en actividades comerciales, en la explotación de las guaneras, de minas de plata y de cobre, etc., y se tendrá entonces allí un centro proletario singularmente denso que cubrirá la mayor parte de los habitantes con que Tarapacá y Antofagasta contaban hacia el año 1.890”.[1]


La ocupación de los territorios salitreros permite observar los usos geopolíticos que tiene la movilidad de la población como medio de ejercicio de la soberanía. Además en el Norte Grande se aprecia un cambio de la composición social de la población, donde emerge un nuevo actor social, el proletariado, a decir, trabajadores que se mueven en función de la venta de su mano de obra,[2] diferenciándose de la Zona Central, que seguía signada por las estructuras estamentarias de la hacienda. Esto último se entiende al analizar las características de los flujos poblacionales, en tanto es población desterritorializada, a decir, población que por influjo del Estado (ejército, labores burocráticas, obras públicas, empresas del Estado, etc.) o de las fuerzas del mercado de trabajo (oferta y demanda de empleo), rompe con las ligazones del Chile colonial y central, sintetizada en la hacienda y su marco de relaciones patronales. Es población en busca de una relación salarial, no de un patrón que los cobije.

El Estado Nación

El Estado se define por el medio que le es propio, que es el uso de la violencia legítima.[3] La violencia es una garantía del mandato, pero no es su legitimidad. La legitimidad existe en la medida en que hay una aceptación de alguna manera consciente, del derecho al mando a un otro. Esta concepción clásica del Estado moderno plantea la interrogante respecto de las fuentes de legitimidad del Estado en el período estudiado. A este respecto, existen visiones bastante contrapuestas en la historiografía nacional, que en gran medida están determinadas por la valoración que se tenga de la figura de Portales y del período parlamentario. Independiente de este punto, existe meridiano consenso en que la fisonomía, el funcionamiento,

  1. Ramírez Necochea, Hernán, op cit, pp. 410-411.
  2. Ramirez Necochea, Hernán, op. cit.; Pinto Vallejos, Julio: “Trabajos y rebeldía en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900)”. USACH, Santiago 1998.
  3. Weber, Max: “El Estado nacional y la política económica” (1895). En: Weber, Max. Obras selectas. Distal, Buenos Aires 2003.