Página:La media naranja 1.djvu/2

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
274 — La media naranja

al altar como una oveja al matadero. Cuando pudiste abrir los ojos habias caido ya en las redes; cuando pudiste medir la trascendencia del paso que habias dado y el término á que conducia aquel camino de oro por donde tu marido en su opulencia te llevaba, ya era tarde: eras víctima, eras esclava, y no te quedaba más que resignarte; pero después...

— ¿Y sabes tú los tormentos de aquella resignacion? ¿Sabes tú lo que yo lloré al ver mi libertad perdida, al verme en la flor de la juventud encerrada en una jaula de oro, en una soledad opulenta, forzada á soportar un amor de sesenta años, unas caricias de hielo, unos celos importunos, una vigilancia humillante? ¡Ah! Lo que yo tengo llorado en secreto en los diez años de casada, teniendo que ocultar mis lágrimas al hombre que habia comprado el derecho, la propiedad de mis caricias, ó, como si dijésemos, la finca de mis atractivos. Magdalena la pecadora no lloró sus pecados más arrepentida que yo el de mi ambición y el de mi debilidad ante lo que mis padres llamaban mi interés, mi porvenir, mi fortuna. ¡Qué caras cuestan algunas palabras retumbantes!

— Bien, yo comprendo tus tormentos en los diez años de casada, viviendo aislada en una casa de campo, sin trato, sin amigas, en medio de una inútil riqueza y en compañía de un viejo celoso. Pero confiesa que tus suplicios de casada están de sobra recompensados con tus triunfos de viuda. Cuatro años llevas de vivir en Madrid: no hay hombre que no se crea obligado á rendirte el corazón; mujer que no crea un mérito imitar tus trajes; crónica madrileña que no honre las columnas de un periódico hablando de tus recepciones. ¿Qué más puedes apetecer?

— ¡Pues ahí verás! Es verdad que el mundo me rinde un culto capaz de halagar la vanidad más exigente. Si yo fuera una mujer frívola y sin corazón, te confieso que me deslumbrarían, que me infatuarían las alabanzas de que soy objeto; pero el incienso que queman en los altares de mi riqueza no puede trastornarme la razón. Tengo demasiado juicio y claridad de entendimiento para comprender que esas alabanzas, esas declaraciones, no van á mí, sino á mi fortuna: todo eso es una adulación comprada: el mundo es un cortesano que dobla el espinazo ante el mejor postor; ante el cetro que brille con más relumbrones.

— Comprado ó conquistado, el triunfo es triunfo. Un cetro será cetro mientras doble las cabezas y dicte leyes.