Página:La media naranja 1.djvu/3

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
La media naranja — 275

— Cuando considero que si mañana un golpe de la suerte me arruinara, las crónicas no volverían á hablar de mí; esas que hoy imitan hasta las extravagancias de mis caprichos, se burlarían de mis cuatro trapos, y esos adoradores tan rendidos, no volverían ni á dejar una tarjeta de atención á la puerta de mi sotabanco; cuando considero esto, créelo, siento una pena profunda.

— Romanticismo puro. Cómo se conoce que te has empapado en aquellas novelas de Jorge Sand que á escondidas te enviaba yo á la quinta de Valdeluz. Así te se ha llenado la cabeza de sueños y quimeras imposibles. Soñarás con un amante poético, sublime, que te proponga huir á un desierto, vivir en un chalet junto á un torrente, despreciando á la humanidad; un amante que lleve un veneno ó un puñal en el bolsillo.

— Nada de eso; nada me carga tanto como ese ridículo amor sacado de quicio. Yo quiero el amor de la novela de la vida. No quiero ese amor de torrentes y puñales; pero tampoco ese amor trivial, insulso; ese amor de frac y corbata blanca. No deseo un amante que quiera vivir en un desierto; pero tampoco un amante que antes de declararse haya sumado cuánto hacen al dia mis ochenta mil duros de renta. No soy romántica, soy apasionada. Quiero que me quieran como yo soy capaz de querer: con alma, vida y corazón.

Me basta un hombre honrado, cariñoso, que en sus palabras me diga sólo lo que siente su corazón, y que al casarse conmigo...

— Eso es imposible, Clara. Los hombres son una cáfila de trapalones, y es imposible saber lo que piensan. No hay más que, ó taparse los oidos para no escucharlos, ó si no, creerlos bajo palabra y hacerse la ilusión de que es verdad todo lo que nos dicen. ¡Vaya usted á saber la intención de un hombre!

— Eso digo yo; ese es mi tormento, Emilia. Esa intención es la que yo no puedo saber jamas. Tú puedes saberlo, Emilia. Tú sabes que Antonio te quiere, porque él sabe que tú no tienes nada, y sin embargo espera que le asciendan á veinte mil reales el sueldo para casarse contigo. Casarse con tan corto sueldo con una mujer que no lleva nada, ¿qué mayor prueba de cariño puede darse?

— Es verdad: yo creo que Antonio me quiere; pero tú misma también puedes conocerlo. ¿Dudas tú de que Alfonso está enamorado de tí?

— Si no lo dudara, ¿crees tú que á estas horas no habría yo