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La media naranja — 297

— En su constancia.

— Mi amor es eterno! invariable! inf.....

— De eso no puede responder ni Vd., ni ningún hombre. Yo quiero creer que Vd. me quiere como dice. Pero ¿puede Vd. responder de que no es una de esas llamaradas pasajeras de un corazón impresionable?

— No, Clara; esta es una de esas pasiones inmensas, profundas, que resumen toda la vida y llenan la historia de un hombre.

Clara vacilaba y Alfonso adivinó su emoción.

— Clara, por piedad, no me deje Vd. morir de desesperación! No me cree Vd. merecedor siquiera de una esperanza?

— Si Alfonso; le confieso á Vd. que le aprecio mucho, que me es Vd. el más simpático de todos mis amigos, y que á lograr vencer esta duda horrible....

— Duda horrible! — se dijo para si Alfonso, — me ama!

Duda horrible! ah! Clara: ¡más horrible que esa duda es mi ansiedad! No destroce Vd. por más tiempo mi corazón con su incredulidad y sus perpetuas ironías. Quíteme Vd. de una vez esas vagas esperanzas que mil veces sus diferentes preferencias me han hecho concebir: desahucíeme Vd. con una terminante negativa, y me iré ocultar y morir en cualquier rincón ignorado del mundo. Pero si Vd. me cree un caballero incapaz de mentir, si Vd. cree todas mis cualidades dignas de aprecio, y mi amor digno de correspondencia, exíjame pruebas y sacrificios; pero déme una palabra terminante que me dé valor para consumarlos. En mis versos le digo á Vd. que el verdadero amor es el que arrostra la muerte: pídame que muera á sus pies; ni un puñal, ni un veneno me asustarían, con tal que al beber ese veneno ó clavarme ese puñal oyese de sus labios un dulcísimo sí, por respuesta á esta pregunta que por última vez juro dirigir á Vd.: Clara, me ama Vd.?

Alfonso era un actor consumado; al hacer esta pregunta cayó de rodillas ante Clara con una expresión tan suplicante, tan apasionada, tan delirante; cogió las manos de ella con una ternura, se las llevó al corazón con un ademan tan noble; levantó los ojos al cielo con una efusión de amor tal, que Clara se enterneció y sus dudas se desvanecieron. El hielo se fundía: la fé descendía al alma de la hermosa escéptica.

Por primera vez creía de lleno en aquel hombre. Le contemplaba con dulzura. Un sí fatal, un sí de perdición, sentencia de