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La media naranja

la levita, que en su distracción de matemático había llenado de ceniza, se abrió la puerta del café y entró un joven alto, delgado, de barba negra, esmeradamente vestido y con cierta intrepidez y ruidosa precipitación de calavera.

Diantre! — dijo el recien llegado: — por no hacerte esperar vengo echando el alma.— Y limpiándose el sudor de la frente, y llamando al mozo con tres estrepitosas palmadas, se montó en uno de los banquillos, que acercó con estruendo á la mesa de Alfonso.

— Creí que ya no vendrías; — dijo éste — son las tres y media dadas.

— Ese posma de D. Pablo me ha detenido casi toda la mañana. Tu no sabes los esfuerzos de elocuencia y de dialéctica que he necesitado para sacar al muy condenado los cuatro mil reales. Cuatro mil muelas que le hubiera arrancado, no le hubieran dolido más. Maldito! Pero al fin cayó en las redes, firmé mi gran pagaré y, aquí tienes los trofeos de mi victoria. Estamos en paz.

— Bien! Ernesto, eres un héroe, un César, un Alejandro, — exclamó Alfonso tomando, sin contar, un paquete de billetes que Ernesto le entregaba con la arrogante y cómica solemnidad de un verdadero triunfador. Ahora dame esos cinco.

— Bien puedes agradecérmelo, porque tú no sabes lo que es ese perro judío.

— ¿Qué si te lo agradezco? No lo sabes tú bien. Seis reales sólo tengo en el bolsillo desde anoche que perdí al treinta y cuarenta los veintisiete únicos duros que me quedaban, y para consuelo, esta mañana me envió el sastre una cuenta con un apremiante recadito; fueron á cobrar el pupilaje de mi caballo, y por fin, y aquí entra lo bueno, mi fámulo me entregó esta deliciosa carta de Málaga, en la que mi padre me niega toda ayuda, me llama mal hijo, su asesino, y me abandona al furor y justicia de mis acreedores. Toma y lee. ¡Encántate! ¿De qué le sirven á uno los padres?

— ¡Horror! ¡Terror! ¡Furor! exclamó Ernesto, así que hubo leido la carta del sobre lleno de números que Alfonso le entregó.

— ¿Qué te parece?

— Que no te queda más que apretar las clavijas á la viudita; de lo contrario los alanos, vándalos é ingleses te se echan encima y dan contigo en tierra.

—Pues ese es mi apuro. Si esos canallas malditos me apremian,