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372 — La media naranja

falsedad de Alfonso: le hacian dudar de sus palabras, de sus protestas y juramentos.

El desengaño era terrible: su corazón, su dignidad, su orgullo, todo se sintió herido ante aquella farsa manifiesta.

— Es un infame! Un falso! Se burla de mi! Me engaña! Dios mio! En quién creer? Esto es horrible! Tonta de mi! Haber creido ! Cómo se estará riendo!...

Y el encarnado de sus megillas, y el brillo de sus ojos, revelaban su cólera, su asombro, su vergüenza y su resentimiento.

Lo que vulgarmente se llama echar un jarro de agua ó caerse el alma á los pies era lo que experimentaba Clara, y en verdad que el agua de aquel desengaño era capaz de apagar el mismo Vesubio que hubiera ardido en su corazón.

Repuesta de su impresión continuó leyendo el libro con avidez, con deleite, con encanto. Con frecuencia marcaba con la uña al margen infinidad de pensamientos, en que hallaba formuladas admirablemente sus propias ideas. Aquellos versos parecían escritos para ella, cual si el poeta hubiera penetrado en el fondo de su corazón y de su mente.

A cada poesía que leia miraba el retrato y sentia una irresistible simpatía hacia aquel poeta tan idéntico á ella, tan apasionado, tan tierno, tan elevado de ideas y sentimientos.

La sonora campana de un reló de sobremesa dando las tres la hizo volver en sí. Se hallaba en la última página del libro; le había devorado casi hoja por hoja, y sentia una especie de calma indecible. Aquellos versos habían templado su ira, serenado sus ideas. La poesía, que es el consuelo de las grandes almas, había mitigado el dolor de su herida.

Reflexionó sobre lo que había leído y construyó mentalmente la historia del poeta, narrada en dulcísimos versos. Sacó en limpio que Gonzalo era guapo, joven; que era noble, huérfano y pobre; que tenía un gran corazón y una gran inteligencia; que era vehemente, tierno; que lloraba y padecía; que ambicionaba la gloria; que adoraba á una mujer hermosa y opulenta, y que su pobreza le obligaba al tormento del silencio y la resignación: historia tan sencilla como frecuente en el mundo.

Unas doscientas páginas le habían hecho íntima amiga de Gonzalo de Aguilar. Hubiera querido en aquel momento poder hablar con él, y se proponía buscar modo de conocerle.