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pero mientras el extranjero se mantenga pacífico en su puesto, no será posible hostilizarle. No se trata aquí de un derecho, por el cual el recién llegado, pueda exigir el trato de huésped-que para ello sería preciso un convenio especial benéfico que diera al extranjero la consideración y trato de un amigo o convidado, sino simplemente de un derecho de visitante, que a todos los hombres asiste: el derecho a presentarse en una sociedad.

Fúndase este derecho en la común posesión de la superficie de la tierra; los hombres no pueden di-seminarse hasta el infinito por el globo, cuya superficie es limitada, y, por lo tanto, deben tolerar mutuamente su presencia, ya que originariamente, nadie tiene mejor derecho que otro a estar en determinado lugar del planeta. Ciertas partes inhabitables de la superficie terrestre, los mares, los desiertos, dividen esa comunidad; sin embargo, el "navío" o el "camello"-navío del desierto-, permiten a los hombres acercarse unos a otros en esas comarcas sin dueño y hacer uso, para un posible tráfico, del derecho a la "superficie" que asiste a toda la especie humana en común. La inhospitalidad de algunas costas-verbigracia, las barbarescas, desde donde se roban los navíos que navegan próximos o se esclaviza a los marinos que llegan de arribada; la inhospitalidad de los desiertos verbigracia, de los árabes beduínos, que consideran la proximidad de tribus nómadas como un derecho a saquearlas, todo eso es contrario al derecho natural. Pero el derecho de