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hospitalidad, es decir, la facultad del recién llegado, se aplica sólo a las condiciones necesarias para "intentar" un tráfico con los habitantes. De esa manera pueden muy bien comarcas lejanas entrar en pacíficas relaciones, las cuales, si se convierten al fin en públicas y legales, llevarían quizá a la raza humana a instaurar una constitución cosmopolita.

Si se considera, en cambio, la conducta "inhospitalaria" que siguen los Estados civilizados de nuestro continente, sobre todo los comerciantes, espantan las injusticias que cometen cuando van a "visitar" extraños pueblos y tierras. Visitar es para ellos lo mismo que "conquistar". América, las tierras habitadas por los negros, las islas de la especería, el Cabo, eran para ellos, cuando los descubrieron, países que no pertenecían a nadie; con los naturales no contaban. En las Indias orientales—Hindostán—, bajo el pretexto de 'establecer factorías comerciales, introdujeron los europeos tropas extranjeras, oprimiendo así a los indígenas; encendieron grandes guerras entre los diferentes Estados de aquellas regiones, ocasionaron hambre, rebelión, perfidia; en fin, todo el diluvio de males que pueden afligir a la humanidad.

La China[1] y el Japón, habiendo tenido prue-


  1. Para escribir el nombre de este gran imperio, conforme él mismo se nombra—esto es, China, y no Sina u otro sonido parecido—, bastará consultar el Alphab. Tibet, de Georgius, págs. 651-654, nota b. Propiamente, según afirma el prof. Fischer, de Petrogrado, no hay un nombre fijo que