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Pero prosigue el hombre práctico diciendo: el que tiene el poder en sus manos no se dejará imponer leyes por el pueblo. Un Estado, que ha llegado a establecerse independiente de toda ley exterior, no se someterá a ningún juez ajeno, cuando se trate de definir su derecho frente a los demás Estados. Y si una parte del mundo se siente más poderosa que otra, aunque ésta no le sea enemiga ni oponga obstáculo alguno a su vida, la primera no dejará de robustecer su poderío a costa de la segunda, dominándola o expoliándola.

Todos los planes que la teoría invente para instituir un derecho político, de gentes o de ciudadanía mundial, se evaporan en ideales vacuos.

En cambio la práctica, fundada en los princípios empíricos de la naturaleza humana, no se siente rebajada ni humillada, si busca enseñanzas para sus máximas, en el estudio de lo que sucede en el mundo; y sólo así puede llegarse a asentar los sólidos cimientos de la prudencia política.