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mo y deshacer sus propios propósitos-sobre todo en su relación con otros malvados-, y aunque lentamente, abre paso al principio moral del bien.

No hay, pues, objetivamente en la teoríaoposición alguna entre la moral y la política. Pero la hay, subjetivamente, por la inclinación egoísta de los hombres, la cual, sin embargo, no siendo fundada en máximas de razón, no puede en rigor llamarse práctica. Y esa oposición puede durar siempre; pues sirve de estímulo a la virtud, cuyo verdadero valor, en el caso presente, no consiste sólo en aguantar firme los daños y sacrificios consiguientes-tu ne cede malis, sed contra audentior ito (1)-, sino en conocer y dominar el mal principio que mora en nosotros y que es sumamente peligroso, porque nos engaña y traiciona con el espejuelo de esos sofismas, que excusan la violencia y la ilegalidad con el pretexto de las flaquezas humanas.

En realidad puede decir el moralista político:

el regente y el pueblo o un pueblo y otro pueblo no son injustos unos con otros, si se hostilizan por violencia o por astucia; la injusticia que cometen la cometen sólo en el sentido de que no respetan el concepto del derecho, único posi(1) No retrocedas ante los males, sino por el contrario, embiste más audaz, Tighty Google