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deben conducirse de conformidad con esos principios, diga lo que quiera la política empírica.

La verdadera política no puede dar un paso sin haber previamente hecho pleito homenaje a la moral. La política, en sí misma, es un arte difícil; pero la unión de la política con la moral no es un arte, pues tan pronto como entre ambas surge una discrepancia, que la política no puede resolver, viene la moral y zanja la cuestión, cortando el nudo. El derecho de los hombres ha de ser mantenido como cosa sagrada, por muchos sacrificios que le cueste al poder denominador. No caben aquí componendas; no cabe inventar un término medio entre derecho y provecho, un derecho condicionado en la práctica. Toda la política debe inclinarse ante el derecho; pero en cambio puede abrigar la esperanza de que, si bien lentamente, Ilegará un día en que brille con inalterable esplendor.

II
De la armonía entre la política y la moral, según el concepto transcendental del derecho público.

Si en el derecho público, tal como suelen concebirlo los juristas, prescindimos de toda "materia"las diferentes relaciones dadas empíricamente entre los individuos de un Estado o entre varios Estados, sólo nos quedará la "forma de la publicidad", cuya posibilidad está contenida en toda pretensión de derecho. Sin publicidad no habría justi