en que se encuentran los países de América, y si acaso llegamos á entretenernos en estéril es divagaciones sobre nuestros motines y sus consecuencias, arañando con alfileres la epidermis, cuando es necesario meter escalpelo hasta el mismo hueso donde se inserta esa enferma musculatur.
No son nuestras revoluciones en sí mismas la principal causa del descrédito americano. Todas ellas, como ya lo hacía notar con sabia agudeza un insigne pensador chileno, Lastarria, allá por 1865—todas ellas suelen tener por objeto la reconquista de un derecho suprimido ó la reacción sobre un vicio colonial.
En la época por decirlo así plutónica de nuestras organizaciones nacionales, fueron las masas semi-bárbaras quienes realizaron, con sus mismas violencias, el hecho social de la República, cuya sola fórmula contentaba á la minorías obligárquicas, para quienes ésta significaba ante todo la continuación de sus privilegios coloniales. Bajo el trapo feral de las anarquías palpitaba el espíritu de las nacionalidades futuras; yesos caudillos para quienes hasta hoy solo ha habido, con nombre de historia, calumnias pontificias, llevaban á la grupa de sus caballos, aun turbadas por los desasosiegos del despertar, en forma de tempestades almas de pueblos.