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bién que me irritaba el egotismo con que parecía pretender que cada línea de mi folleto estuviera dedicada únicamente á sus propios y particulares actos. En más de una ocasión, durante los años que hacía vivíamos juntos en la calle Baker, había tenido ocasión de observar que, bajo las tranquilas y didácticas maneras de mi compañero, se escondía una pequeña dosis de vanidad. Con todo, no le contesté nada, me senté, y me puse á frotarme mi pierna herida. Una bala de Jezail me la había atravesado tiempo atrás, y aunque la herida no me impedía andar, los cambios de temperatura me causaban agudos dolores.

—Mi clientela se ha extendido ya hasta el continente—repuso Holmes al cabo de un rato, llenando de tabaco su antigua pipa de palo de rosa. La semana pasada recibí una consulta de François Le Villard, quien, tal vez usted lo sepa, ha llegado en los últimos tiempos á ser el mejor agente de la policía secreta de Francia.

Posee por entero la rápida intuición, facultad propia de la raza céltica, pero es deficiente en el amplio campo del conocimiento exacto, esencial para el desarrollo elevado de su arte. El asunto que me consultó, era el de un testamento, y presentaba algunas fases interesantes: yo pude serlo útil haciéndole conocer dos casos se-