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Pasamos por Nueve Olmos y llegamos á los aserraderos de Boderick y Nelson, situados un poco más allá de la taberna del Aguila. Una vez allí, el perro, presa de frenética exaltación, se metió por una puerta lateral dentro del establecimiento, donde ya los aserradores estaban trabajando. Toby se lanzó por entre el aserrín y virutas, cruzó una pequeña calle, dió vuelta por un corredor abierto entre dos pilas de madera, y, por fin, lanzando un ladrido de triunfo, se precipitó sobre un voluminoso barril que todavía se hallaba en la carretilla de mano que había servido para transportarlo. La lengua afuera y los ojos brillantes, Toby permanecía de pie sobre el barril, mirándonos á uno y á otro, solicitando una señal de agradecimiento. Tos flejes del barril y las ruedas de la carretilla estaban chorreados de un liquido obscuro, y el espacio impregnado de un olor á creosota.

Sherlock Holmes y yo, nos miramos mutuamente con ojos espantados, y luego rompimos á la vez en una incontenible explosión de risa.