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ro por más que los olió no dió señales de haber descubierto el rastro.

Junto al muelle se alzaba una pequeña casa de ladrillos, que en su segunda ventana ostentaba un letrero de madera que decía: «Mordecai Smith,» en gruesas letras, y más abajo: «Botes de alquiler, por hora y por día.» Una segunda inscripción, trazada sobre la puerta, nos informó de que también había una lancha de vapor, dato confirmado por una cantidad de coke amontonado en el muelle. Sherlock Holmes miró lentamente en derredor, y su rostro adquirió una expresión ominosa.

—Esto se pone malo—dijo.—Los tales sujetos son más vivos de lo que yo esperaba. Parece que se han preocupado de disimular su retirada, y temo que aquí, en este lugar, hubiesen preparado de antemano un serio plan.

Holmes se iba aproximando á la casa cuando la puerta se abrió, y por ella salió corriendo un muchachito de unos seis años y rizados cabellos, perseguido por una mujer gruesa y colorada, que tenía en la mano una enorme esponja.

—Vén á lavarte, Juanito—gritó la mujer.Vén pronto, renacuajo, canalla, que si tu padre vuelve y te encuentra así, no será poco lo oirleque tengamos que Tindo chiquillo—exclamó Holmes, des-