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veces ha tenido que ir á Gravesend llevando algo, y si ha encontrado trabajo por allá, se ha quedado. ¿Pero para qué sirve un vaporcito sin carbón?

—Puede haberlo comprado en el muelle de abajo.

Puede haberlo comprado, señor, pero él no es capaz de eso, pues muchas son las veces que le he oído gritar contra los precios que cobran por unos cuantos sacos. Y, por otra parte, á mi no me es simpático ese cojo pata de palo, con su cara tan fea y su manera de hablar tan rara. ¿A qué puede venir tantas veces á la casa?

— Un cojo pata de palo?—preguntó Holmes con negligente sorpresa.

—Sí, señor. Un hombre moreno, con cara de mono, que viene y vuelve á venir en busca de mi viejo. Anoche fué él quien lo hizo levantar de la cama, y lo que es más, mi marido sabia que el cojo iba á venir, pues había hecho vapor en la lancha. Se lo digo á usted con franqueza, señor: yo no estoy tranquila con lo que pasa.

—Pero mi querida señora Smith— dijo Holmes encogiéndose de hombros;— se está usted asustando de una nada. ¿Cómo es posible que diga usted que la persona que vino anoche fué el hombre de la pierna de palo? Yo no me explico cómo puede usted estar tan segura.