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—Por su voz, señor. Conocí su voz, que cuando uno la oye cree ver una niebla muy espesa.

Vino y golpeó en la ventana; serían como las tres. «Arriba, camarada—dijo :—es hora de salir al trabajo.» Mi viejo despertó á Jim—mi hijo mayor y los dos se fueron, casi sin decirme una palabra. Yo oía el tuntún de la pata de palo en las piedras.

—¿Y estaba solo el hombre de la pierna de palo?

—No podría decirlo con seguridad, señor. No oi más voz que la suya.

—Pues lo siento mucho, señora Smith, porque necesito una lancha de vapor, y tengo muy buenas noticias de la... Déjeme usted acordarme...

¿Cómo se llama?

—La Aurora, señor.

—Ah! ¿No es una lancha vieja, verde, con una faja amarilla, y muy ancha en el medio?

—No, por cierto. Es una cosita tan fina que no hay en todo el río una que la iguale. No hace mucho que la pintaron de negro con dos fajas rojas.

—Gracias. Ojalá tenga usted pronto noticias del señor Smith. Yo voy á bajar al río, y si veo á La Aurora, avisaré al señor Smith que usted está inquieta. Dice usted que la chimenea es negra?