—¿Está aquí el señor Shorlock Holmes?
preguntó á su vez.
—No; pero yo lo represento. Puede usted decirme á mí lo que lo trae aquí.
Tenía que hablar con él mismo contestó.
—Pero le digo & usted que yo lo represento :
¿Se trata de la lancha de Mordecai Smith ?
—Si. Yo sé dónde está la lancha y sé dónde están los hombres que el señor Holmes busca.
Y sé dónde está el tesoro. Lo sé todo.
—Pues dígamelo usted á mí y yo se lo diré.
—A él era á quien tenía que decirselo repitió con la petulante obstinación de los viejos.
—Bueno; entonces espérelo usted.
—No, no. Yo no voy á perder un día entero por complacer á nadie. Si el señor Holmes no está aquí, que el señor Holmes vaya y averigüe.
Ninguno de ustedes dos me inspira confianza, y no quiero decirles ni una palabra.
Y se volvió hacia la puerta; pero Athelney Jones se le puso por delante.
—Espérese un poco, amigo—le dijo. Usted posee un secreto importante, y no puede salir de aquí. Tiene usted que esperar con nosotros, quiéralo ó no, hasta que nuestro amigo vuelva.
El viejo echó á andar hacia la puerta; pero viendo que Athelney Jones se recostaba de cs-