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cuenta de que yo era Small, y me puse á pensar sobre el asunto como lo habría hecho un hombre de sus alcances. Probablemente se habría dicho que con devolver la lancha ó ponerla en otro muelle facilitaría la persecución si la policía hallaba el rastro. ¿Cómo ocultar, pues, la lancha, y al mismo tiempo tenerla á la mano para el momento en que le fuera necesaria? Reflexioné sobre el asunto como si me hubiera llamado Small, y no encontré más que una salida:

llevar la lancha á algún establecimiento de construcción ó reparación de barcos, y encargar que se le hiciera algún pequeño cambio. Colocada entonces dentro del astillero, quedaba la embarcación oculta á las miradas de afuera y estaba siempre á mi disposición.

—La cosa era bastante sencilla.

—Las cosas más sencillas son las que uno toma en cuenta. Me propuse, pues, proceder conforme á mi idea, y en el acto me puse en marcha, vestido con este inofensivo traje de marinero. Fuí preguntando en todos los astilleros de río abajo, y pasé por quince de ellos sin resultado satisfactorio; pero, por fin, en el décimosexto, el de Jacobson, me dijeron que La Aurora había sido llevada allí dos días antes por un hombre que tenía una pierna de madera, el cual había pedido compusieran el timón. «El timón