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¡Que arda nuestra lancha, con tal de que cemos la otra 1 alcanNosolros íbamos ya á todo vapor. Las hornillas rugian; y la poderosa máquina rechinaba y palpitaba: se le habría creído un enorme corazón de metal. La proa larga y aguda cortaba las tranquilas aguas del río, enviando agitadas olas á derecha é izquierda. A cada propulsión de la máquina avanzaba el barco con un movimiento parecido al de un ser humano. Un gran farol amarillo, colocado en el bauprés, alumbraba el camino con un largo y brillante chorro de luz.

Por delante, en línea recta con nuestra proa, aparecía un bulto negro, La Aurora, y la estela de blanca espuma que dejaba detrás, daba una idea de la rapidez de su marcha. Pasábamos como flechas por entre la multitud de lanchas, vapores y buques de vela, dejándolos á un lado y otro, ya contorneando el uno, ya rozando con el otro. Oíamos voces que nos apostrofaban en medio de la obscuridad; pero La Aurora volaba, y nosotros la seguíamos sin perder un instante.

¡Carbón, muchachos, más carbón !—gritaba Holmes, inclinándose hacia la máquina, y el terrible resplandor de abajo iluminaba sus enérgicas facciones aguileñas. Hay que llegar á la última libra de vapor que se pueda !