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una clave como la que ha puesto á prueba hasta el mismo genio analítico de Holmes. Así y todo, al último estuvimos á punto de perder el tesoro.

—Haga usted el favor de sentarse y contármelo todo, doctor Watson—me dijo.

C Yo le referi brevemente cuanto había ocurrido desde la última vez que la vi: el nuevo método de pesquisa de Holmes, el descubrimiento de La Aurora, la aparición de Athelncy Jones, nuestra expedición nocturna, y la encarnizada cacería en el Támesis. Ella escuchaba con la boca entreabierta y ojos brillantes el relato de nuestras aventuras. Cuando le hablé del dardo que tan cerca nos había pasado, se puso tan pálida que yo temí se fuera á desmayar.

No es nada me dijo ella, al ver que yo me apresuraba á servirle un poco de agua. Ya estoy bien. No he podido dominar la impresión que me produjo el saber que mis amigos se habían visto por causa mía en un peligro tan horrible.

—Ya he terminado mi relato—le dijo, y no hablemos del peligro. Dejemos los pormenores lúgubres, que tampoco ya no hay más; y pasemos á algo más alegre. El tesoro está allí. Qué cosa más alegre! He obtenido el permiso de traerlo yo mismo, porque cref que usted tendría interés en ser la primera en verlo.

—Sí; tendría interés en verlo—repitió ella;