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—El tesoro se ha perdido—dijo con calma la señorita Morstan.

1 Cuando oí estas palabras y comprendí lo que ellas significaban, me pareció que se me quitaba de encima un gran peso. Hasta el momento en que el tal tesoro de Agra desaparecía no había sabido cuánto pesaba sobre mi alma. Aquello era egoísta, sin duda, desleal, malo en el sentido que se quiera; pero el hecho es que yo no alcanzaba á comprender sino una cosa: ya no existía la barrera de oro que nos había separado.

¡Gracias & Dios —fueron las palabras que salieron del fondo de mi corazón.

—Ella me miró, y por sus labios pasó una sonrisa rápida é interrogadora.

¿Por qué dice usted eso?—me preguntó.

—Porque ahora está usted otra vez á mi alcance—le dije tomando su mano, que ella no retiró. Porque ese tesoro, esas riquezas, sellaban mis labios, y ahora que ya no existen, puedo decirle á usted cuánto la amo. Por eso he dicho:

¡ Gracias á Dios!

Pues entonces, yo también digo: ¡ gracias á Dios!—murmuró ella, en el instante en que yo la atraía hacia mi pecho.

Quien quiera que hubiese perdido un tesoro, yo había adquirido uno: eso era todo lo que yo sabía aquella noche,