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»siderando que no era más que un simple reclu»ta y que me faltaba una pierna. Durante dos »noches hice la guardia con mis dos punjabeses, »un par de individuos altos y de aspecto impo»nente, llamados Mahomet Singh y Abdullah »Khan, ambos guerreros consumados que ha»bían peleado contra nosotros en Chillah Wa»llah.

»Uno y otro hablaban bien el inglés, pero, sin nembargo, apenas conseguí que conversaran conmigo. Preferían estar juntos y charlar en psu extraña jerga sika.

»Por mi parte, pasaba el tiempo al lado exteprior de la puerta, la vista perdida en el ancho río y en las temblorosas luces de la gran ciundad. El ruido de los tambores y tantanes, los »alaridos y aullidos de los rebeldes, ebrios de Dopio y licor, eran suficientes para recordarnos, durante toda la noche, que al otro lado del río »estaban nuestros peligrosos vecinos. El oficial »de servicio pasaba cada dos horas por cada uno » de los puestos, para cerciorarse de que no ha»bía novedad.

»La tercera noche de mi guardia fué obscura »y una menuda lluvia caía de través, empujada por el viento. No era divertido con semejante »tiempo quedarse hora tras hora en la puerta,