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prenacieran sus esperanzas de desquite, pero Den seguida se volvía la suerte en su contra con »mayor crueldad que nunca. Todo el día se le »vela vagar más sombrío que un cielo tempes»tuoso, y pronto comenzó á beber sin medida.

SARA

www >Una noche perdió como nunca había perdido.

Yo estaba sentado en mi choza cuando él y el capitán Morstan pasaron de regreso á sus habi»taciones eran amigos intimos y nunca se les »veía separados. El mayor hablaba de sus pér»didas.

» Ya no hay remedio, Morstan—decía al pa»sar por delante de mi choza.—Tengo que pedir »mi retiro. Estoy arruinado.

» No seas tonto, viejo 1—le contestó el otro »dándole una palmada en el hombro.—Yo tam»bién he tenido una mala ráfaga, pero...

D Eso fué todo lo que pude oir, pero era lo sufi»ciente para hacerme reflexionar.

» Dos días después vi al mayor Sholto paseánndose por la playa, y aproveché la ocasión para »ir á hablarle.

»Desearía que me diese usted un consejo, »mayor—le dije.

—Bueno, Small. ¿De qué se trata?—me pre»guntó, quitándose la pipa de la boca.

—» Quería preguntarle á usted, señor, á quién » corresponde, según la ley, un tesoro que se ha-