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le algunas de mis aventuras en el Afghanistan; pero, si he de decir la verdad, yo mismo me sentí tan sobreexcitado por nuestra situación, tenía tal curiosidad por conocer el lugar adonde íbamos, que apenas sabía coordinar mi relato. Ella me lo ha dicho después que le referí la conmovedora anécdota de cómo una vez en medio de la noche vi el cañón de un mosquete asomar por la abertura de mi tienda y yo descargué sobre él mi fusil de dos cañones, destinado á la caza de tigres. Al principio tuve alguna idea por la dirección que llevábamos, pero la rapidez de la marcha, la niebla, y mis limitados conocimientos de Londres, me hicieron luego perder toda orientación; sólo me di cuenta de que nos dirigíamos á algún punto muy distante. Pero Sherlock Holmes jamás perdió el tino, y á medida que iba el cupé cruzando plazas y pasando por tortuosas calles, él mencionaba entre dientes el nombre de cada paraje.

—Rochester Road—decía,—ahora á la plaza Vincent, Ya salimos al antiguo camino del puente Vauxhall. Parece que nos dirigimos hacia el lado de Surrey. Si, bien decía yo. Ya estamos en el puente. Miren ustedes el río.

Pasábamos efectivamente por un brazo del Támesis; los faroles brillaban por encima del