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agua silenciosa, pero nuestro carruaje iba aprisa, y en breve se engolló en un laberinto de callejuelas, al otro lado del río.

—Wordsworth Road decía mi compañero.Priory Road. Callejón de Larkhall. Plaza Stockwell. Calle Rober. Callejón de Coldharbour. Parece que nuestro invitante no nos lleva á regiones muy distinguidas.

La verdad era que estábamos en lugares bastante dudosos y poco tranquilizadores. Largas hileras de casas de obscuros ladrillos, interrumpidas únicamente en las esquinas por la luz cruda de las tabernas, de las que salían ruidos sospechosos. Pasamos después por una serie de villas de dos pisos, cada una con un diminuto jardín en la fachada, y, en seguida, otra vez por interminables hileras de edificios de ladrillos, nuevos y relucientes, monstruosos tentáculos que la ciudad extendía hacia el campo. Por fin, el cupé se dirigió hacia la tercera casa de una nueva serie. En ninguno de los otros edificios había gente, ese mismo estaba en tinieblas, salvo el débil resplandor que salía por la ventana de la cocina. Pero tan pronto como llamamos, la puerta fué abierta de par en par por un criado indio, vestido con un traje blanco y flotante y un cinturón amarillo, y la cabeza cubierta con un turbante del mismo color. Iabía algo de ex-