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contesté. Lal Chowdar movió la cabeza y se sonrió. Todo lo he oído, sahib, fué su réplica.

—He oído la disputa, y he oído el golpe. Pero mis labios están sellados. En la casa todos duermen. Vamos á sacar los dos el cadáver.

Esto fué suficiente para decidirme: si mi propio sirviente no creía en mi inocencia, ¿qué esperanzas podían quedarme de probarla ante un jurado compuesto de doce comerciantes tontos?

Entre Lal Chowdar y yo escondimos el cadáver esa noche, y al cabo de pocos días estaban los diarios de Londres llenos de la misteriosa desaparición del capitán Morstan.

Por lo que acabo de referirles, verán ustedes que no se me puede acusar de la muerte, y mi única falta consiste en que, no sólo oculté el cadáver, sino también el tesoro, en que me he aferrado á la parte que tocaba á Morstan con tanto interés como á la mía. Deseo, por consiguiente, que ustedes lleven á cabo la restitución. Acerquen sus oídos á mi boca. El tesoro está escondido en...

La expresión de su rostro sufrió un horrible cambio en ese mismo instante: sus ojos permanecicron fijos, con atroz mirada; la mandíbula inferior se le desprendió y quedó colgando, y de la boca salió un grito con voz que yo nunca ol vidarė: ¡Quitenlo de allí! Por el alma de -