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no vamos á ser los bienvenidos en su casa, por lo menos seremos los esperados.

El señor Tadeo Sholto cesó de hablar, pero continuó agitándose en su lujoso asiento. Nosotros tres seguimos en silencio, el pensamiento embargado por el nuevo giro que el misterioso asunto había tomado. Holmes fué el primero en ponerse de pie.

Usted ha procedido bien, señor—le dijo,desde el principio hasta el fin. Es posible que nosotros podamos retribuirle su buen comportamiento arrojando alguna luz sobre aquello que para usted está todavía en la obscuridad.

Pero, como la señorita Morstan lo hacía notar hace poco, ya es tarde, y lo mejor.sería terminar pronto con el asunto.

El hombrecito colgó con el mayor cuidado el tubo de su hookah, y de atrás de una cortina sacó un larguísimo y pesado gabán con puños y cuello de astrakán. Se lo abotonó tan arriba como pudo, no obstante que, con una noche tan obscura, nadie había de verlo, y concluyó sus preparativos poniéndose una gorra de piel de conejo con orejeras que le caían hasta el cuello, de modo que lo único que quedaba visible de su persona, era su movible y picada cara.

Soy algo débil de salud—replicó, rompiendo