la marcha hacia la calle, y me veo obligado á tratarme como un valetudinario.
El cupé esperaba en la puerta. El programa había sido probablemente arreglado de antemano, pues apenas entramos en el carruaje, echó éste á andar á un paso rapidísimo. Tadeo Sholto hablaba sin cesar, en voz tan alta que dominaba el ruido de las ruedas.
Bartolomé es un mozo inteligente decía.
—¿Cómo creen ustedes que ha llegado á deseubrir el lugar en que el tesoro se encontraba? Persuadido por fin de que el escondrijo se hallaba puertas adentro, revolvió cada metro cúbico de la casa, y midió el terreno por todas partes, pará que no se le escapare una sola pulgada sin registrar. Entre otras cosas, observó que el edificio tenía sesenta y cuatro pies de alto, y que su—mando el alto de todas las habitaciones y teniendo en cuenta los espacios que hay entre ellas, explorados por él mediante varios sondajes, apenas llegaba á un total de sesenta pies.
Había, pues, un espacio de cuatro pies no examinados todavía, y el cual no podía estar sino en la parte superior del edificio. Entonces abrió un agujero en el techo del cuarto más elevado, y se encontró con que encima de ésto había una especic de cuartito, herméticamente cerrado y desconocido para todos. En el centro estaba el