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alta y entrada en años le abrió y manifestaba el placer que le causaba su visita.

—Oh! Señor Tadeo, señor! ¡Qué gusto tengo que haya usted venido! ¡Tengo tanto, gusto de que esté usted aquí, señor Tadeo !...

Y oímos sus reiteradas expresiones de gozo hasta que, cerrada la puerta, la voz se perdió en un murmullo monótono.

Nuestro guía nos había dejado el farol. Holmes lo alzó, lo dirigió en distintos sentidos, y examinó atentamente la casa y los montones de escombros que cubrían el terreno por todas partes. La señorita Morstan y yo seguimos lado á lado; su mano estaba en la mía. Cosa maravillosamente sutil es el amor dos personas que nunca se habían visto hasta ese mismo día, entre las cuales no había habido un cambio de palabras de amor, ni siquiera de la más leve mirada de afecto, y en un momento las manos de una y otra se buscaban y se unían. El fenómeno me ha maravillado después, pero entonces me pareció la cosa más natural acercarme á olla, y ella, por su parte, me ha dicho que desde que me vió se sintió instintivamente impulsada á volverse hacia mí en demanda de consuelo y protección. Permanecíamos, pues, la mano en la mano, como dos niños, y nuestros co-