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razones estaban tranquilos, á pesar de las sombras que nos rodeaban.

¡Qué lugar tan extraño !—exclamó mi compañera, mirando á un lado y á& obro.

—Parece que aquí hubieran soltado todos los topos de Inglaterra. Algo parecido he visto en la falda de un cerro, cerca de Ballarat, donde los buscadores de minas habían hechos sus exploraciones.

Y la causa es la misma—dijo Holmes.—Estos son los rastros de los buscadores del tesoro.

Recuerden ustedes que han estado más de seis años buscándolo. No hay que maravillarse de que el terreno parezca una criba.

Ta puerta de la casa se abrió con estrépito en ese momento, y Tadeo Sholto salió corriendo, las manos extendidas hacia adelante, el terror retratado en sus ojos.

— A Bartolomé le pasa algo raro l—gritó.

¡Yo tengo miedo! Mis nervios no pueden soportar esto.

Estaba en realidad tembloroso y balbuciente de miedo; su cara movible y puntiaguda parecía querer salirse de entre el gran cuello de astrakán, con la expresión desconsolada y suplicante de un niño aterrado.

Entremos todos en la casa con seco y decisivo tono.

—dijo Holmes