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al picaporte. Estaba cerrada por adentro, y el pestillo era ancho y sólido, como pudimos ver acercándole la lámpara. La llave estaba puesta, pero de lado, de manera que el agujero no quedaba enteramente tapado. Sherlock Holmes se bajó á mirar por él é inmediatamente volvió á levantarse, respirando con dificultad.

Algo diabólico hay en esto, Watson—dijo, conmovido como yo jamás lo había visto.—¿Qué piensa usted que pueda haber allí?

Me incliné hacia el agujero y retrocedí horrorizado. La luna alumbraba plenamente el cuarto, con la luz vaga pero clara. Enfrente de la puerta, y al parecer suspendida en el aire, pues el cuerpo se hallaba en la sombra, vi colgada una cara, la cara misma de nuestro compañero Tadeo Sholto. Era la misma cabeza prominente y lustrosa, el mismo fleco de cabellos rojos, el mismo tinte exangüe. Pero las facciones se contraían en una horrible sonrisa, en una muecafija y extranatural, que en medio de aquella habitación alumbrada por la luna, impresionaba más los nervios que cualquier espasmo ó contorsión. Tanto se parecía esa cara á la de nuestro diminuto amigo, que involuntariamente miré en derredor nuestro, para ver si éste estaba allí todavía. Luego recordé que Tadeo nos había dicho que él y su hermano eran gemelos.