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y en el rostro aquella horrenda é inescrutable sonrisa. Estaba frío y rigido, y era evidente que su muerte databa de varias horas. Observándolo, me parecía que no solamente sus facciones, sino todos sus miembros, estaban torcidos y volteados de la manera más fantástica. En la mesa, cerca de su mano, había un raro instrumento: era un pesado y negruzco bastón, con puño de piedra, parecido á un martillo, y groseramente amarrado con una cuerda ordinaria.

Junto á él había una hoja de papel, arrancada de algún cuaderno de apuntes, y en ella algunas palabras escritas en mala letra. Holmes leyó el papel y en seguida me lo pasó.

—Vea usted—me dijo,—alzando las cejas con expresión significativa.

Acerqué el papel al farol, y con un calofrío de horror lei: «La señal de los cuatro.» G Qué significa esto, en nombre de Dios?—exclamé.

Esto significa asesinato—mo contestó Holmes, acercándose al muerto.— Ah! Ya lo esperaba. Mire usted!

1 Y me enseñaba algo que parecía una espina, larga y de color obscuro, clavada en la piel, un poco más arriba de la oreja.

—Parece una espina—dije.