de imponerle una segunda vida; no es, como en mí, la mitad completa de la naturaleza.
Yo no sé por qué vine al mundo con esta monstruosidad; yo no soy un hombre, ó más bien dicho, soy como esos hombres repugnantes y deformes que andan por ahí mostrando miembros inverosímiles que escarnecen al Criador. Mi imaginación no es la potencia que crea, que da vida á seres intelectuales organizados y completos; es una potencia frenética en continuo ejercicio, que está produciendo sin cesar visiones y más visiones. Su trabajo semeja al del tornillo sin fin. Lo que de ella sale es como el hilo que sale del vellón y se tuerce en girar infinito sin concluir nunca. Este hilo no se acaba, y mientras yo tenga vida, llevaré esa devanadera en la cabeza, máquina de dolor que da vueltas sin cesar.
—Es verdad—dije maquinalmente, admirado de que en su locura hubiera podido expresar tan bien y de un modo tan pintoresco el deplorable estado de su cabeza.
— Yo soy esclavo de esto — continuó —.
Desde niño vengo padeciendo los estragos de mi imaginación. Ella en cincuenta años me ha hecho vivir trescientos. Sí; las falsas sensaciones que yo, aunque apartado del mundo, he experimentado en mi vida, suman