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Introducción.

contramos en las ciencias vecinas, en la química, que afirma la existencia de substancias—radioactivas—sin que nadie haya percibido directamente por ningún sentido el más mínimo rastro de ellas, o en la astronomía, que más adelante habremos de considerar en detalle. Estas «amplificaciones del universo», que tal podrían llamarse, refiérense esencialmente a cualidades sensibles; pero todo ello se verifica en el espacio y en el tiempo, que la mecánica ha recibido como un regalo de su fundador, Newton. El descubrimiento de Einstein consiste en mostrar que ese espacio y ese tiempo están aún totalmente adheridos al yo, y que la imagen del mundo, elaborada por la ciencia natural, resulta más bella y más admirable todavía, si esos dos conceptos fundamentales son relativizados. El espacio estaba antes íntimamente unido a la sensación subjetiva, absoluta, de la extensión; el tiempo, a la del fluir de la vida. Ahora tórnanse puros esquemas conceptuales, tan ajenos a la intuición inmediata de conjunto, como el reino de las ondulaciones de la óptica actual es inaccesible a la sensación luminosa, salvo en una brevísima sección; pero, también como en este caso, coordínanse el espacio y el tiempo de la intuición sensible a los sistemas de los conceptos físicos. De esta suerte llégase a una objetivación cuya potencia se ha corroborado admirablemente por medio de predicciones proféticas de algunos fenómenos naturales. De esto hablaremos detalladamente luego.

La labor realizada por la teoría de Einstein consiste, pues, en relativizar y objetivar los conceptos de espacio y tiempo. Es hoy el coronamiento de la imagen del mundo elaborada por las ciencias naturales.